
Doña Guadalupe , de 78 años, viuda desde joven, crio sola a su único hijo. Ahorró peso a peso toda su vida y, con esfuerzo, logró comprar un terreno de más de 120 m² en una carretera federal, que hoy vale más de 6 millones de pesos.

Su hijo, Rodrigo , director de una constructora, con una mansión y furgonetas de lujo, solo llevó a su madre a vivir con él cuando ella sufrió una caída y fue hospitalizada. Tras vivir en casa solo siete días, comenzó a quejarse:
Mamá ya está muy frágil y tengo mil compromisos. No puedo estar pendiente todo el tiempo. Lo mejor es llevarte a una residencia de ancianos donde tengan enfermeras y atención profesional.
Doña Guadalupe guardó silencio, limitándose a asentir con la cabeza.
El día que la dejaron en la residencia de ancianos, nadie imaginó que sería la última vez. Cinco días después, llamaron para informar que había fallecido repentinamente de un derrame cerebral. El funeral fue rápido y sin mucha ceremonia.
Tres días después, Rodrigo acudió a la notaría para tramitar la transferencia de los bienes a nombre de su madre. Al abrir el expediente, se quedó paralizada, casi inconsciente: el secreto que había ocultado durante 35 años por fin había salido a la luz.
En el expediente, sobre el testamento, había unas palabras manuscritas de doña Guadalupe, fechadas hace tres años:
“Todos mis bienes, incluyendo el terreno de 120 m² sobre la carretera federal, los dejo a mi nieto de sangre, Diego Ramírez”.
Rodrigo estaba atónito, con la mano temblorosa. Diego era su propio hijo, de apenas 16 años, que desde niño había vivido con su madre y su abuela materna, es decir, con su exesposa. Desde el divorcio, Rodrigo apenas lo cuidaba; ni siquiera le daba pensión, dejándolo a la deriva. Pero su madre, doña Guadalupe, lo había visto todo, lo había sabido todo.
Debajo del testamento también había una carta escrita a mano:
Hijo Rodrigo: toda mi vida viví con austeridad y sacrificio, solo para que salieras adelante. Pero cada día me mirabas con más frialdad, viéndome como una carga. Esta tierra no es para que la vendas ni la malgastes, sino para asegurar el futuro de Diego, tu único hijo y mi única sangre. Recuerda: la verdadera gratitud a una madre no se demuestra después de la muerte.
Rodrigo quedó devastado, como si le hubieran dado un martillazo en la cabeza. Por primera vez en su vida, sintió un vacío insoportable; se desplomó allí mismo, en la notaría. Había tenido éxito, dinero, lujos… Pero perdió lo más valioso: el amor y la confianza de su madre.
Ante el testamento, comprendió con amargura que su propia indiferencia había llevado a su madre a depositar toda su fe en aquel hijo que él mismo había abandonado.
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