No te detengas en una carretera oscura y desierta: una historia real y espeluznante

**No te detengas en una carretera oscura y desierta: una historia real y espeluznante**

La noche era completamente oscura mientras conducía por un tramo interminable de autopista, con la única iluminación de los faros de mi coche cortando la oscuridad. Había algo a la vez inquietante y apacible en la silenciosa carretera. No había visto otro coche en kilómetros, y la sensación de aislamiento aumentaba con cada kilómetro que recorría. No podía quitarme la sensación de que me observaban, aunque sabía que, lógicamente, era imposible.

Mientras seguía conduciendo, vi algo a lo lejos. Una figura estaba de pie al lado de la carretera, con el pulgar extendido, haciendo la señal universal de hacer autostop. En contra de mi buen juicio, la curiosidad me venció y reduje la velocidad para mirar más de cerca. Era una mujer, con los rasgos oscurecidos por las sombras, pero había algo inquietante en su presencia. A pesar de las alarmas que me rondaban la cabeza, detuve el coche y bajé la ventanilla.

De repente, habló, su voz cortando el silencio como un cuchillo. Me contó la historia de un viajero que recogió a un autoestopista en una noche como esta, solo para desaparecer sin dejar rastro. Sus palabras flotaron en el aire, cargadas de un presentimiento que coincidía con la oscura carretera que se extendía ante nosotros. La miré y, por una fracción de segundo, su expresión pareció deformarse en algo inhumano. El corazón me latía con fuerza al comprender el verdadero horror de mi situación.

Me pidió que la llevara al siguiente pueblo, con una voz suave pero inquietantemente resonante en la noche silenciosa. Dudé, mi instinto me gritaba que me fuera, pero mi empatía no podía dejarla sola. Al subir al asiento del copiloto, la temperatura del coche pareció bajar y un escalofrío me recorrió la espalda. Condujimos en silencio, la atmósfera cargada de una tensión tácita. Llegamos al siguiente pueblo, y me pidió que la dejara en una gasolinera pequeña y tenue. En cuanto cerró la puerta, aceleré, sintiéndome aliviada. Por el retrovisor, la vi de pie bajo la luz parpadeante de la farola, mirando mi coche. A pesar de la distancia que nos separaba, no podía quitarme la sensación de que no la había dejado atrás. Algunas noches, todavía siento esos ojos observándome desde las sombras, un escalofriante recordatorio para no volver a detenerme en una carretera oscura y desierta.

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