
La chica marcó el número equivocado entre lágrimas. Inesperadamente, el desconocido que contestó era un multimillonario romántico, y el final…
Beatriz Álvarez temblaba al salir del edificio donde acababa de discutir con su novio, Daniel. Llevaban tres años juntos, pero esa noche él le había dejado claro que sus prioridades eran su carrera, no ella. Con lágrimas en los ojos y las manos heladas, Beatriz rebuscó en su bolso su celular. Necesitaba llamar a su mejor amiga, Clara, para desahogarse.
Sin embargo, en su confusión, marcó el número equivocado.
—¿Hola? —respondió una voz profunda y tranquila.
Beatriz tragó saliva—.
Lo… lo siento. Número equivocado.
—Hubo un breve silencio, no incómodo, sino curioso—.
Tranquila. ¿Estás bien? Suenas… molesta —dijo la voz.
Beatriz sintió algo extraño: una inesperada calidez en esas palabras—.
Sí… bueno, no. Ha sido un día terrible —murmuró.
El desconocido no colgó. En cambio, habló con una calma que contrastaba marcadamente con su tormento.
«Si necesitas hablar, puedo escucharte. A veces es más fácil desahogarse con un desconocido. Soy Alejandro».
Beatriz dudó, pero su voz tenía tanta sinceridad que terminó contándole lo sucedido: la discusión, la sensación de vacío, la creciente decepción. Alejandro escuchó sin interrumpir.
—Beatriz —dijo finalmente—, no mereces que te traten como una opción.
Esa frase la impactó. ¿Cómo podía un desconocido comprender tan bien lo que sentía?
El sonido de pasos y murmullos de fondo le llamó la atención.
“¿Dónde estás?”, preguntó.
“En el aeropuerto. Estoy a punto de volver a Madrid después de una reunión de negocios”, respondió él.
“¿Negocios?
“. “Sí… digamos que dirijo algunas empresas”, respondió con modestia, evitando detalles.
La conversación se alargó inesperadamente. Lo que empezó como un error se convirtió en una conexión genuina y cálida. Alejandro hizo que Beatriz se sintiera escuchada y valorada.
—Mira —dijo—. Estás en Madrid, ¿verdad? Cuando llegue, si quieres, podemos tomarnos un café. No estás obligada, pero creo que te vendría bien un cambio de aires.
Beatriz dudó. Salir con un desconocido era una locura. Pero algo la impulsó a decir que sí.
«Vale… pero solo para tomar un café», respondió.
«Perfecto. Aterrizo en una hora».
Y entonces, al colgar, su corazón latía más rápido que el miedo. No sabía que este encuentro casual estaba a punto de cambiarlo todo.
El clímax llegaría cuando Beatriz descubriera quién era realmente Alejandro…
Beatriz esperaba en la cafetería del centro comercial, mirando su reloj cada dos minutos. Había dudado en irse, pero la amable voz de Alejandro aún resonaba en su mente. Cuando vio a un hombre alto con traje oscuro acercándose con paso seguro, sintió que se le cortaba la respiración.
—Beatriz —dijo con una sonrisa serena—.
Alejandro… —respondió ella, sorprendida por su elegante porte.
Se sentaron y la conversación fluyó con naturalidad. Alejandro tenía una forma de hablar tranquila y atenta que hizo que Beatriz se sintiera cómoda. Evitaba temas personales complicados, concentrándose en escucharla, hacerla reír y devolverle la tranquilidad.
Pero Beatriz pronto notó pequeños detalles:
el reloj de lujo, discreto pero claramente caro;
la forma en que el camarero lo saludó con un respeto inusual;
las constantes llamadas que él declinó cortésmente.
“¿A qué te dedicas exactamente?”, preguntó finalmente.
Alejandro sonrió, como si se rindiera.
“Supongo que tarde o temprano lo descubrirías. Soy Alejandro Rivas. CEO de RivasTech y… bueno, de algunas otras empresas”.
Beatriz parpadeó. Había oído hablar de él antes. Era uno de los empresarios más influyentes de España, mencionado constantemente en las noticias económicas. Un multimillonario.
—¿Y por qué escuchaste a un desconocido llorar por teléfono? —preguntó ella.
—Porque la soledad es igual para todos, tengamos lo que tengamos —respondió él con sinceridad.
Con el paso de las semanas, esas citas para tomar café se convirtieron en paseos, los paseos en conversaciones profundas, y esas conversaciones en un nivel de confianza que ninguno de los dos esperaba. Alejandro siempre fue respetuoso, atento y considerado. No la impresionó con su riqueza; la acompañó con su humanidad.
Pero el conflicto surgió cuando Daniel, arrepentido, reapareció buscando a Beatriz.
«He cometido un error. Quiero arreglarlo», le dijo.
Beatriz se sentía atrapada. Daniel había sido su vida durante años. Alejandro era… una luz inesperada.
«Necesito tiempo para pensar», respondió.
Alejandro no la presionó.
«Decidas lo que decidas, quiero que seas feliz, aunque no sea conmigo».
La noche antes de tomar una decisión, Beatriz volvió a caminar sola por la ciudad, recordando la llamada que lo había iniciado todo. De repente, comprendió que se encontraba ante el momento más importante de su vida.
Y así llegó el punto en que tuvo que elegir a quién confiaría su futuro.
Beatriz pasó la noche reflexionando. Abrió viejos mensajes con Daniel, revisó recuerdos, analizándolo todo con una nueva perspectiva. Ya no era la chica insegura que lloraba por teléfono; ahora tenía claridad. Y esa claridad la llevó a una conclusión inevitable.
A la mañana siguiente, se encontró con Daniel en el parque donde solían pasear.
«Bea, sé que metí la pata. Lo arreglaremos, te lo prometo», insistió.
Ella respiró hondo.
«Daniel… me has pedido tantas veces que tenga paciencia con tu trabajo, con tus prioridades. Pero ni siquiera te preguntaste cuáles eran las mías».
Bajó la mirada.
«Yo… yo puedo cambiar
». «Quizás. Pero yo también he cambiado. Y no puedo volver a algo que me agotó tanto».
Daniel comprendió entonces que la había perdido. Se marchó sin hacer un escándalo, con la dignidad silenciosa de quien reconoce su derrota.
Beatriz sintió que se le quitaba un gran peso de encima. Sin embargo, su siguiente paso era aún más importante. Tomó un taxi a las oficinas de RivasTech, donde sabía que estaría Alejandro.
Al llegar a recepción, el personal la miró con curiosidad.
“¿Tiene cita?”, le preguntaron.
“No… pero dígale que soy Beatriz Álvarez. Creo que querrá verme”.
Apenas cinco minutos después, Alejandro bajó las escaleras, sorprendido pero sonriente.
«Beatriz… ¿está todo bien?».
Ella asintió, aunque le temblaba un poco la voz.
«He tomado una decisión».
Salieron a dar un paseo por la terraza de la empresa, con vistas a todo Madrid. La suave brisa alborotó el cabello de Beatriz mientras se armaba de valor.
«No quiero vivir en el pasado», dijo finalmente. «Y contigo… no tengo miedo. Me siento en paz».
Los ojos de Alejandro brillaron con una mezcla de alivio y emoción.
«No sabes cuánto he esperado oírte decir eso», respondió.
No hubo grandes gestos ni fuegos artificiales. Solo un abrazo largo y cálido que lo decía todo. Fue el comienzo de algo real.
Con el tiempo, su relación se desarrolló de forma natural. No fue un cuento de hadas; fue trabajo, comunicación y respeto. Pero sobre todo, fue un amor forjado a partir de un error… que terminó siendo el mayor éxito de sus vidas.
Beatriz nunca volvió a marcar un número llorando.
Pero agradecía cada día haberlo hecho esa noche.
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