Nos despertamos con los ladridos agudos de nuestro perro, que estaba sentado en medio de la habitación, mirando fijamente al techo. Entonces nos dimos cuenta de algo terrible allí arriba y llamamos a la policía.

Nos despertamos con los ladridos agudos de nuestro perro, que estaba sentado en medio de la habitación, mirando fijamente al techo. Entonces nos dimos cuenta de algo terrible allí arriba y llamamos a la policía.😱😱

Anoche nos despertaron unos ladridos fuertes y penetrantes.

Al principio, no entendía lo que estaba pasando: la habitación estaba oscura, mi corazón latía a mil por hora y el perro no paraba de ladrar, como si intentara advertirnos de algo aterrador.

Mi marido encendió la luz de repente y los dos nos incorporamos en la cama. El perro estaba de pie frente a la esquina de la habitación, mirando fijamente un punto.

—¿Ves fantasmas otra vez? —Intenté bromear, pero me temblaba la voz.

Pero esta vez no era motivo de risa. El cansancio, el enfado por haber sido despertado en mitad de la noche y la extraña tensión en la habitación hicieron que el momento fuera especialmente perturbador.

Le pedí a mi marido que llevara a la perra a otra habitación para que pudiéramos dormir, pero en cuanto intentó cogerla, se soltó y corrió de nuevo al mismo rincón, gruñendo y ladrando.

—Bueno, ¿qué quieres? —dijo mi marido con irritación—. ¿Por qué no nos dejas dormir?

Pero entonces se quedó paralizado. Miró fijamente el lugar donde nuestro perro estaba mirando.

—¡Llamen a la policía inmediatamente! —dijo bruscamente.

—¿Por qué? ¿Qué hay ahí? —pregunté con voz temblorosa y miré en la misma dirección.

Y entonces vi algo aterrador… Justo allí, en nuestra habitación. 😱😱Continuará en el primer comentario.👇👇

En la esquina, casi invisible entre los pliegues del papel pintado y la sombra del armario, había un pequeño punto negro: la lente de una cámara.

Nos quedamos paralizados. La cámara estaba tan bien escondida que sin el perro nunca la habríamos notado.

La policía llegó media hora después. Los agentes retiraron el dispositivo, lo conectaron a un ordenador portátil y revisaron las grabaciones.

No pudieron identificar ningún rostro; alguien había borrado sus huellas con antelación, pero la policía explicó que esas cámaras suelen utilizarse para espiar a los inquilinos o para recopilar material de chantaje.

Intentamos comprender: ¿quién necesitaría esto? No teníamos enemigos ni guardábamos nada de valor.

Unos días después, el investigador nos volvió a llamar. La cámara estaba conectada a una red y transmitía imágenes a un servidor ubicado en el sótano de la casa vecina.

Cuando la policía realizó la redada, descubrieron que uno de nuestros vecinos —un hombre tranquilo y discreto de mediana edad— había estado recopilando grabaciones de ese tipo de diferentes inquilinos durante años.

Incluso escondió cámaras en apartamentos donde lo invitaban “a tomar una taza de té”, abusando de la confianza de la gente.

Pero lo más escalofriante: entre cientos de archivos, encontraron una carpeta con nuestro nombre. Dentro había grabaciones de las últimas semanas. Cada uno de nuestros movimientos, nuestras conversaciones, incluso los momentos más íntimos… todo estaba allí.

El vecino fue arrestado.

¿Y la perra? Se convirtió en nuestra verdadera heroína. Si no hubiera sido por sus ladridos aquella noche, habríamos seguido viviendo bajo la vigilancia de otra persona, completamente ajenos a todo.

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