La niña se quejó de un fuerte dolor abdominal después de pasar un fin de semana con su padrastro, y cuando el médico vio la ecografía, llamó inmediatamente a una ambulancia.

Clara sintió que la fría habitación del hospital la envolvía. Miró el rostro pálido y dolorido de su hija e intentó disimular sus penas. La doctora parecía tranquila, pero en sus ojos se vislumbraba una preocupación imposible de ocultar.

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— «Oh, cariño, por favor… cuéntanos exactamente qué pasó el sábado por la noche», preguntó el médico en voz baja, inclinándose hacia la niña.

La muñequita. Se mordió el labio y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

—Me dolió mucho… y Martí me dijo que no se lo dijera a mamá… que se preocuparía. Me dio unas pastillas… muy amargas. Después… ahora lo recuerdo todo bien.

A Clara se le heló la sangre. ¿Pastillas? ¿Por qué demonios Martí le daría medicamentos a la niña si no se lo contó a nadie?

El médico reaccionó inmediatamente:

—Es importante saber qué tipo de sustancias ha ingerido. Ya he solicitado una ambliopía y haremos todas las pruebas necesarias en el hospital. No se trata solo de digestión.

Cada momento parecía una eternidad. Finalmente, llegó la ambulancia y las luces azules iluminaron las venas de la víctima. Los paramédicos trasladaron al paciente a la camilla e inmediatamente comenzaron los procedimientos de estabilización.

Clara caminaba por el pasillo del hospital, casi rompiendo a llorar. Su mente volvía una y otra vez a la misma pregunta:   ¿Cómo lo había visto antes? ¿Cómo pudo haber dejado a su hija sola con Martí?

Durante el viaje, el médico le dijo:

—Los síntomas y lo que vimos en la ecografía sugieren que el cuerpo de Aa ha estado expuesto a algo indebido. Su hígado y estómago presentan daños. Tendremos la confirmación exacta tras los análisis de laboratorio.

En la sala de espera, Clara sintió por primera vez una rabia ardiente, mezclada con una culpa insoportable. Martí. El hombre al que le había confiado su vida y la de su hija. El hombre en quien había creído. ¿Qué ocultaba en realidad?

Tu móvil vibró. Un mensaje de Martí:

¿Todo bien? Ya estoy en casa. ¿Están todos bien?

Clara apretó los puños. No respondió. En ese preciso instante, el médico salió de urgencias.

— «El estado de Aa es estable, pero tenemos serias sospechas. Debemos informar a las autoridades. Es muy probable que haya ingerido sustancias tóxicas.»

Las palabras «informar a las autoridades» impactaron a Clara como un rayo. Se dio cuenta de que la pesadilla apenas comenzaba.

Miró el rostro pálido de su hija, visible tras el cristal de la sala. Y en ese momento tomó una decisión irrevocable: ya no permitiría que Martí se acercara a la niña.

Y en lo más profundo de mi corazón, sabía que la verdad sobre ese fin de semana sería mucho más oscura de lo que jamás hubiera imaginado.

La niña se quejó de un fuerte dolor abdominal la semana pasada con su padrastro, y el médico, al ver la ecografía, llamó inmediatamente a la ambulancia…

Esa mañana debía empezar como cualquier otra. Clara, madre de una niña de ocho años llamada Aa, preparaba el desayuno antes de llevarla a la escuela. Pero había algo profundamente perturbador.

Aa estaba pálida, sentada a la mesa con la mano en el estómago.
«Mamá… todavía me duele», susurró con voz débil.

Clara se palpó el pecho. “¿También te dolió ayer?” Asintió, con los ojos abiertos y amargados.

—Empezó el sábado por la noche… muy mal. Se lo conté a Martí (el esposo de Clara, padrastro de Aa), pero me dijo que probablemente fue por la pizza.

Ese fin de semana, Clara tuvo que trabajar, dejando a su hija al cuidado de Martí. Hasta entonces, siempre había desestimado las quejas de la niña, convencida de que eran solo molestias pasajeras. Pero esta vez, un escalofrío la recorrió por las venas.

Sin perder tiempo, la llevó al pediatra que la atendía desde que nació.

Tras una revisión exhaustiva, el médico decidió realizar una ecografía “por si acaso”. Sin embargo, en cuanto aparecieron las imágenes en la pantalla, la serenidad se desvaneció de su rostro. Intercambió una mirada de alarma con su asistente.

—Doctor, ¿qué pasa? —preguntó Clara con voz temblorosa.

El médico inmediatamente cogió el teléfono y, con mucha firmeza, dijo:
“Necesito una ambliopía para una niña de ocho años”.

Entonces se volvió hacia Aa, teñida y llena de cicatrices en la camilla. Y en ese momento, una pregunta aterradora cruzó la mente de Clara:

¿Qué había pasado realmente durante ese fin de semana con su padrastro?

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