
Una joven fue a la peluquería para afeitarse el cabello que se le estaba cayendo después de la quimioterapia, pero allí ocurrió algo completamente inesperado.
Durante días, se había mirado al espejo: familiar, pero diferente. Su cabello se estaba debilitando, con mechones esparcidos por la almohada cada noche y pegados en su cepillo cada mañana. Se convirtió en una tortura. Estaba cansada de luchar no solo contra la enfermedad, sino también contra este recordatorio constante.
—Eso es todo —susurró para sí misma—. Si es necesario, lo aceptaré. De por vida.

Se puso su suéter favorito, reunió sus últimas fuerzas y fue a la barbería, donde siempre trabajaban hombres de aspecto rudo: tatuajes, pendientes y rostros severos. Pero ella sabía: tras esa apariencia se escondía la amabilidad. Siempre la habían tratado con cariño, pues llevaba muchos años yendo allí.
Al entrar, los hombres percibieron de inmediato que algo había cambiado. Se sentó en la silla, se abrazó y dijo con voz temblorosa:
—Chicos… se me está cayendo el pelo. Es… por la quimioterapia. Ya no aguanto más. Por favor, rápenmelo todo.
La barbería quedó en silencio. Nadie se atrevió a bromear, como solían hacer. El barbero, su viejo amigo, simplemente asintió, encendió la máquina y el zumbido llenó la habitación.
Los primeros mechones cayeron al suelo. Sintió el aire fresco rozar la piel desnuda de su cuero cabelludo. En ese momento, se le encogió el corazón. Las lágrimas brotaron solas. Se cubrió la cara con las manos, sollozando:

— “Dios… qué lástima… mi pelo… lo dejé crecer durante tantos años…”
El barbero le puso suavemente una mano en el hombro, pero no encontró las palabras. Temblaba como una niña que hubiera perdido lo más preciado. Parecía que, junto con su cabello, parte de su feminidad y fuerza se desvanecía.
Y entonces ocurrió algo que ella nunca esperó. Continúa en el primer comentario.
Su amigo, el barbero “duro”, apagó la máquina, la miró y de repente dijo:
— “No estás solo en esto.”
Tomó la maquinilla, se la acercó a la cabeza y trazó una línea recta entre su larga y espesa cabellera. El sonido de las cuchillas volvió a llenar el aire, y unos mechones negros cayeron junto a los de ella.
La joven lo miró en estado de shock, con los ojos abiertos y llenos de lágrimas:

—¡¿Qué haces?! ¿Por qué?
Él sonrió y continuó cortándose el pelo.
—Si tú estás pasando por esto, yo también. El pelo volverá a crecer, pero la amistad y el apoyo son más importantes.
Las lágrimas de dolor en sus ojos se transformaron en lágrimas de sorpresa y gratitud. Sus hombros temblaban, pero ya no de desesperación, sino de las emociones abrumadoras.
Ella observó cómo su cabello caía al suelo junto al de ella y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que realmente no estaba sola en esta batalla.
Incluso los demás barberos se quedaron paralizados mientras observaban la escena.
La joven susurró suavemente:
— “Gracias… no te imaginas lo mucho que esto significa para mí.”
Él puso su mano sobre la de ella y dijo:
—Ahora mírate al espejo. Eres hermosa. No por tu cabello. Eres hermosa porque luchas.
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