—¡Fuera de aquí, mujer! ¡En mi compañía no hay lugar para gente como tú! —le gritó el capitán con dureza a un joven soldado, pero ni siquiera podía imaginar quién estaba frente a él.

—¡Fuera de aquí, mujer! ¡En mi compañía no hay lugar para gente como tú! —le gritó el capitán con dureza a un joven soldado, pero ni siquiera podía imaginar quién estaba frente a él.😱😱

El cuartel apestaba a una mezcla sofocante de humedad, sudor y humo rancio. Una gruesa capa de polvo cubría el suelo, las literas oxidadas crujían a cada movimiento, y los soldados permanecían sentados en un rincón como sombras perdidas. Sus uniformes estaban rotos, sus botas desgarradas, y sus rostros mostraban las marcas del agotamiento y la indiferencia.

En cuanto Anna cruzó el umbral, sintió que la rabia la hervía por dentro. Esperaba ver a hombres fuertes y orgullosos de su patria, pero en cambio encontró hombres sumidos en la pobreza y la desesperación.

Ella caminó firmemente hacia el capitán.

—¿Por qué viven sus soldados en estas condiciones? —preguntó con aspereza—. ¿Dónde están los uniformes, la comida decente? ¿Por qué este cuartel parece una pocilga?

El capitán frunció el ceño y, al darse cuenta de que solo había una chica indefensa frente a él, sonrió burlonamente:

—¿Y quién eres tú para hacer preguntas? ¿No te da miedo perder el trabajo?

—No tengo miedo —respondió Anna con firmeza—. Me repugna tener que llevar botas rotas y comer comida que daría vergüenza incluso a los cerdos. Esto nos concierne a mí y a mis camaradas. Vinimos aquí a servir, no a sobrevivir.

De repente, el capitán dio un paso adelante, la agarró por el cuello y gruñó enojado:

—¡Fuera de aquí, mujer! ¡En mi compañía no hay lugar para gente como tú!

Pero el capitán ni siquiera podía imaginar que ante él no había una chica común… 😱😱 Continuación en el primer comentario

Anna lo miró tranquilamente a los ojos y dijo:

—Te equivocas. Vine aquí precisamente por ti.

El capitán parpadeó confundido.

—¿Qué? ¿Quién eres tú para hablarle así a un superior?

Ella sacó una tarjeta de identificación y la sostuvo justo debajo de su nariz.

—Teniente de Investigaciones Internas. Se han presentado numerosas denuncias en su contra. Sus soldados pasan hambre y visten harapos porque el dinero asignado a la unidad acaba en sus bolsillos. Es usted un ladrón y un traidor.

—No tienes pruebas —murmuró el capitán, pero su voz temblaba.

—Te equivocas —respondió Anna con frialdad—. Lo tengo todo: documentos, testimonios, transferencias bancarias. Ya no eres capitán.

Con esas palabras, le arrancó la insignia de los hombros. En ese momento, dos policías militares entraron en la habitación. El capitán intentó zafarse, pero lo sujetaron y le esposaron las muñecas.

Los soldados, que habían permanecido sentados en silencio en un rincón, volvieron a la vida por primera vez en mucho tiempo. Una chispa de esperanza se iluminó en sus ojos.

Anna se volvió hacia ellos y dijo con firmeza:

—De ahora en adelante, tendrás una nueva vida. Aquí ya no hay lugar para traidores.

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